EL ÁRBOL CAÍDO
Hace unos días al pasar por la carretera que de El Viso va a Brenes, a la altura de la gasolinera del “Bobi”, me percaté que el viejo eucalipto que había junto a la carretera había desaparecido. Sinceramente, no se el motivo de tal hecho, pero supongo que tendrá una explicación lógica y coherente. Lo cierto es que a este árbol, a buen seguro centenario, una motosierra lo ha convertido en leña. Hay que decir que el árbol estaba allí antes que la carretera, la A-8025 que fue construida en los años treinta del pasado siglo con el objeto de paliar el alto número de parados que había en el momento. A lo mejor, años después a nuestros gobernantes se les ha ocurrido ampliar el trazado de la vía con el mismo objetivo, y el viejo árbol suponía un estorbo. Ironías a parte hemos de decir que el eucaliptus, árbol procedente de Australia, ha sido y es un árbol que tiene mala prensa, dado que se le acusa, por ejemplo, de necesitar gran cantidad de agua, más en una tierra donde no la hay.
Estos árboles llegaron a España, concretamente a Galicia a mediados del siglo XIX, siendo en la posguerra civil cuando se lleva a cabo una nefasta política de repoblación en los castigados bosques españoles. Ésta consistió en la plantación de pinos y, sobre todo, eucaliptos, árbol de rápido crecimiento. La madera de este árbol, nada noble por cierto, se ha utilizado y se sigue utilizando en la elaboración de celulosa, palés y otro tipo de maderas aglomeradas. En tiempos pasados esta madera servía también para cocer el pan de las panaderías de la zona, sustituyendo al olivo y sus hojas y ramas se aprovechaban en los hornos de las barrerías para cocer la cerámica. La quema de estas ramas y hojas provocaba grandes humaradas negras, por lo que las vecinas de la zona no podían tender la ropa los días en los que se encendían los hornos de “enriquito” o “del lámpara”. Pero otra de las grandes utilidades del eucalipto fue la de utilizarlo como vigas en la construcción. Hemos de ponernos en situación: estamos en los años 40-50, el país estaba pasando una situación económica bastante deplorable, los sueldos eran bastante bajos, los índices de paro bastante elevados y en nuestro pueblo, al igual que en otros muchos, las denominadas “clases populares” debían de acudir diariamente a los comedores de lo que se llamaba “Auxilio Social”. En este complejo entramado socioeconómico la construcción se ceñía más al mantenimiento de las viviendas que a la construcción propiamente dicha. Así, lo que más se mantenía en las casas eran los tejados, esos tejados de teja árabe o de Marsella (muy de moda a principios del siglo XX) a dos aguas y que había que arreglar todos o casi todos los años antes de la llegada de las aguas otoñales. Estas tejas se colocaban sobre maderas planas y largas que eran sostenidas a su vez por pontones (troncos redondos) o por vigas de madera en la mayoría de las ocasiones, o incluso, en las viviendas más modestas por pitones, mucho más livianos y frágiles sobre los que se colocaba un cañizo para sostener la teja. La llegada del eucalipto supuso un cambio a la hora de cubrir los tejados: en principio resultaba más barato comprar pontones de eucalipto que de otra madera, dada su abundancia; en segundo lugar, sobre estas pontones medio devastados, se colocaban ladrillos planos colocados horizontalmente y pegados unos con otro con yeso. Sobre esta estructura se colocaban las tejas; de esta manera el tejado quedaba más limpio y fortalecido. Son formas constructivas que a lo largo de los años sesenta fue desapareciendo dando paso a a la construcción actual, es el caso, por ejemplo, de las paredes que dejan de hacerse a base de tapiales para ser sustituidas por ladrillos de tipo industrial (de gafas).
JOSÉ ÁNGEL CAMPILLO DE LOS SANTOS
1 comentario
comcinco -
No estoy de acuerdo, era más bien una señal natural para que la gente fuera más despacio.